Sobre las diferenciasy sus efectos

El libro “La Trampa de la Moral Única: argumentos para una democracia laica”, es producto de las Campañas 28 de setiembre, Día por la Despenalización del Aborto en América latina y el Caribe, Tu boca es fundamental contra los fundamentalismos y la Campaña por la Convención de los Derechos Sexuales y Reproductivos. La presentación que tuvo lugar el 31 de agosto de 2005 en el Instituto Goethe de Montevideo estuvo a cargo de la Dra. Flor de María Meza de CLADEM Uruguay y de Nicole Bidegain de DESYR (REDLAC).

Publicamos la ponencia del Dr. Marcelo Viñar

 

Mi amigo Daniel Gil es maragato, en San José la gente es muy iletrada, mucho más que en Paysandú, de donde yo vengo, donde la gente es más ilustrada. Esta diferencia abrió un combate que mantenemos desde hace medio siglo: Una guerra étnica de bajo ruido y larga duración donde la sangre no llega al río, porque nuestra guerra se tramita más en el humor que en el horror.

Él cuenta que en San José, un grupo discutía dónde estaba apoyada la tierra, para que no nos cayéramos en el espacio sideral. Una vieja propuso la solución que fue que la tierra (el planeta) se apoyaba en una gran caparazón de tortuga que la sostenía. No se rían, es tan serio y objetivo, como la historia de Hércules y los titanes. Se puede inventar tanto en Grecia como en San José. Hasta que otra vieja objetó: y a esa caparazón ¿qué es lo que la sostiene? ¡otra caparazón! dijo la primera que no soportaba la incertidumbre, a la segunda otra y así hasta el infinito.

A donde quiero llevar mi cuento, a lo que quiero concluir con él, es que ni en broma ni en serio nos podemos librar de la causa última, de la causa prima, de la causa de todas las causas. Salvo que adoptemos la solución religiosa, la voluntad de dios es la causa última de todas las cosas. Hoy por hoy esa es la alternativa para algunos enigmas esenciales, otorgarle la respuesta a Dios o aceptar la insondable incertidumbre. No es una opción fácil.

Yo traigo la broma, porque la broma explica y es elocuente de que el problema del fundamento no es prescindible ni es evacuable, ni aún en el nivel del grotesco, ni del absurdo, ni tampoco en las cosas esenciales. Si fueran sólo diferencias de argumentos…, pero a veces las diferencias de creencias conducen a la guerra y a la destrucción… La broma también muestra que los límites entre lo que es racional y lo que es irracional, no son obvios, que los bordes, las fronteras entre conocimiento y creencias, tampoco son fáciles.

¿En qué me apoyo para ser lo que soy?

¿En qué me apoyo para pensar lo que pienso?

¿En qué, para defender lo que defiendo?

El problema tiene a su vez algo de obvio, algo de absurdo, algo de estéril, pero también de ineludible. ¿Cómo es que ocurre que la homosexualidad que fue durante siglos una enfermedad, un delito, una aberración, es hoy un derecho consagrado? O la condición ciudadana de la mujer, tan diferente en la Grecia, antes de Cristo, en la época victoriana y en la actualidad? O la diferencia entre amos y esclavos que el mundo no se cansa de combatir pero que vuelve a reproducir? No hay fin de la historia, la vida es movimiento. A mi entender, la diferencia fundamental entre religión y laicidad es que en la religión, la verdad buscada ya está contenida en el texto fundador, viene pre – establecida, es de confección y prêt-a porter. Y en el laicismo, la verdad es a construir, a argumentar en a) un debate interior, privado, íntimo (del sujeto o su grupo) y b) en un debate público en la controversia ciudadana.

Este libro tiene un título contundente, “La trampa de la moral única” (argumentos para una democracia laica). Su contenido también lo es.

Me ha tocado presentar otros libros y siempre me encuentro perplejo con la función y la tarea de presentador. Tiene deberes de propaganda, de marketing, la obligación de decir que es bueno, que lo compren, que lo lean. Pero hacer de mercachifle es indigno con la función académica que se supone que uno debe tener, la de ser solvente o experto en el tema. La laicidad no es mi especialidad, no soy experto, pero si es mi pasión, mi convicción militante. Soy de los que sigo pensando que la religión es el opio de los pueblos, no por capricho, sino porque – como dice Maurice Blanchot – la respuesta es la desgracia de la interrogación.

Si uno tiene el fundamento, el prêt-a porter de los principios, lo esencial de la ecuación está ya resuelto, y esto adormece a la razón al indagar, al explorar, a eso insaciado e insaciable de la necesidad de saber, el indagar o investigar, estableciendo secuencias lógicas entre premisas y consecuencias, lo que es un trabajo siempre inconcluso de la mente humana, axiomáticamente interminable. El no tener el fundamento nos impulsa a pensar, a explorar, a descubrir, a tener la mente y los sentidos dirigidos a lo desconocido. Los fundamentos hay que descubrirlos y/o inventarlos en el borde mismo que une o separa el conocimiento de la creencia.

Curiosamente esta disposición de la mente humana, que yo vivo como aliciente, como acicate, es percibida por otros como amenaza, como deriva ominosa. Vean por ejemplo algo que cito en el libro en la página 68:

Pero, de acuerdo a Jürgen Habermas (1995), las críticas han sido enunciadas también muchas veces desde sectores neoconservadores, cuyos principales voceros observan una marcada degradación moral como resultado de la escisión entre la cultura y la sociedad. Los neoconservadores –sostiene Habermas- responsabilizan a la modernidad de haber exacerbado el subjetivismo y el relativismo de toda norma social, colocando al sujeto en una situación de permanente inestabilidad existencial, frente a lo cual algunos proponen recobrar la fe religiosa y la tradición como estrategia para volver a asignar un sentido trascendente al mundo. Considerando estos puntos, no resulta difícil trazar una línea de contacto entre sectores que aparentemente se encontrarán enfrentados, como son los grupos de la derecha occidental y las fracciones islámicas que se oponen de modo violento a los efectos de una cultura global que se expande continuamente. En ambos casos, la invocación a los poderes divinos justifica actitudes y acciones que niegan los principios de igualdad y autonomía que, como ideales a alcanzar, han sustentado el proyecto de la modernidad.

La etimología, que es muy sabia y sagaz, hace converger en el mismo término: Inquirir a desenlaces tales como investigar/explorar o en el polo opuesto como la Inquisición que culmina en el martirio y la tortura. La tentación de separar lo puro de lo impío en la diversidad humana es un dilema constante, mezclando valores morales y estéticos con pasiones, desde la intolerancia étnica o religiosa, hasta las barras bravas y las tribus urbanas. No sólo definiciones intelectuales, sino de acción y de combate y muchas veces nos va la vida en ello y no es metáfora. Por consiguiente, todo debate y toda lucha por la diversidad y contra el dogma deben ser siempre bienvenidos.

La religión resuelve el problema de los orígenes con el texto sagrado que consagra una verdad, de la que ya se puede partir: la verdad sagrada está – y no puede ser cuestionada – salvo por el sacrílego. Todo sería fácil y nítido – entre los buenos y los malos (como en las películas de cow boy) – si todos los laicos fueran desprejuiciados y todos los creyentes prejuiciosos. Pero como bien dice Zygmunt Baumann, la naturaleza y la diversidad humana no se ajustan bien a clasificaciones binarias y hay muchos laicos dogmáticos y supersticiosos, y muchos religiosos con una sagacidad racional y una avidez de saber que son envidiables.

Conviene entonces discernir entre las personas y los discursos o doctrinas, entre las personas y las instituciones que siempre contienen la entropía y la tendencia a anquilosarse y volverse reaccionarias y dogmáticas. Cómo entender sino que los ideales humanistas del socialismo hayan conducido al horror del Goulag estaliniano y al crimen genocida de Pol-pot, o a un socialismo integrista que repudia las diferencias y lleva al estado policíaco y a la reeducación psiquiátrica o concentracionaria.

¿Dónde empieza la vida humana? En el dato biológico de que un espermatozoide fecunda a un óvulo? ¿o en el anhelo de una pareja humana, de concebir y de gestar una cría, e implicarse en construirlo como criatura humana? No es con el fundamento de lo sagrado de la vida, o de lo absoluto de un origen, que uno apoya la despenalización del aborto, sino que deja en suspenso ese valor absoluto ”la vida” – tantas veces atropellado – y constata en la realidad inmediata – del mundo tal cual es, no tal cual debiera idealmente ser – constata que la ilegalización del aborto lleva a muchas muertes maternas innecesarias y a muchos nacimientos de hijos no queridos, que crean coyunturas más dañinas y criminales que la supresión de un embrión. La laicidad nace como prolongación de la ilustración y el iluminismo y relativiza las verdades absolutas, librándola a la controversia entre los hombres que deben de modo interminable e inacabable construir las condiciones y los códigos de su convivencia. El Libro que Uds. van a comprar y leer trata con lucidez y detención muchos de los temas que yo he abordado, un poco al galope por razones de tiempo insuficiente o de inteligencia insuficiente.

Quiero volver, para concluir a una idea que me pareció central en el libro, en el primer artículo, el del compilador, El orden tutelar de Guillermo Nugent, quien en la página ocho dice:

En este sentido, una de las características más deseables en una cultura pública democrática es que la distinción más importante no sea entre opiniones malas y buenas sino entre opiniones propias y convencionales. En el primer caso se presume una instancia superior que decide cuáles son buenas y cuáles son malas; situación que se presenta con las autoridades religiosas y con ciertas censuras militares, aunque en modo alguno se restringe a esos ámbitos. La distinción entre opiniones propias y convencionales, en cambio, no supone un antagonismo de principio entre ambas, pues las diferencias de contenido de los juicios pueden no ser tan marcadas, de tal forma que puedan ser establecidas afinidades y confrontaciones parciales.

Ideas u opiniones propias o convencionales. Voy a culminar con esto mi participación, porque al menos sobre este aspecto de la laicidad un psicoanalista tiene algo para decir. En los otros, los problemas ciudadanos son materia para politólogos y cientistas sociales.

Tener opiniones propias es una posibilidad que solo se despliega al término de un largo camino de individuación y es el resultado de un proceso complejo al que no todos los hombres acceden. Antes de ser uno mismo cada quien es moldeado por los hábitos y costumbres de su propia cultura, que terminan por ser erigidos como el patrón y medida de lo bueno y lo bello. El precio de la humanización, de ser aceptado y tener un lugar propio, sólo se logra en el sometimiento a la autoridad y la tradición, nos enseña Arendt. La mente de los vivos, exclamaba Marx, es oprimida por las mentes de los muertos que lo precedieron. Así se constituyen las culturas hegemónicas. La individuación, el poseer una mente crítica y propia, sólo se consigue con la lucidez y el coraje del riesgo a quedarse solo.

Manuel Castells en el “Poder de la Identidad” enseña una historia en movimiento donde las culturas de resistencia y de legitimación pugnan y a veces logran, la ruptura con las culturas hegemónicas (intrínsecamente conservadoras) y logran desencadenar el cambio y el progreso. Solo la controversia permanente en el pluralismo podrá gestar y parir este movimiento de una historia que no tiene fin, movimiento sin fin para preservar la cristalinidad que es propia de la vida. Todos saben que las aguas estancadas se pudren. A cada quien la posibilidad de escoger su puesto en el quehacer ciudadano y no adormecerse en lo políticamente correcto.

Como dice Antonio Machado en su “Autorretrato”, “más que un hombre que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”.

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