Políticas del cuerpo y representaciones del poder

Artículos del Cotidiano Nº 31

 
Aparentemente, las formas de vida moderna y los procesos de modernización ya han incorporado a las mujeres al trabajo, a la vida social y política. La píldora y otros medios anticonceptivos han posibilitado la práctica de una sexualidad abierta; los gobiernos incorporan a sus agendas las demandas de las mujeres y las conferencias internacionales garantizan a través de tratados y convenciones la disminución de todas las formas de discriminación. ¿Qué más entonces?. La igualdad está en escena; la igualdad de oportunidades parece haber reemplazado todas las preguntas feministas por la autonomía, la libertad y los deseos de las mujeres. Es en este contexto que hablar de feminismo acusa de mal gusto o de mal cálculo. Síntoma de un trasnoche pasado de moda, ser feminista es hacerse cargo de un desprestigio, más bien cargar con ese desprestigio. 

En el umbral de un nuevo milenio, los centros del mundo occidental y sus colonizaciones periféricas parecen darse por satisfechas en haber acogido, al menos en la letra de la ley, las demandas de igualdad de las mujeres. En el mundo moderno todos y todas estamos de acuerdo en las igualdades de derechos: económicos, culturales, laborales y políticos, aunque algunas sepamos que esa igualdad es la igualdad dictada por lo masculino dominante, es la igualdad de acceso a lo blanco para el indígena o el negro, es la igualdad del heterosexual para el homosexual y la lesbiana, es la igualdad del adulto para el viejo o el niño, es la igualdad del hombre para la mujer. Sabemos también que el campo de la vida cotidiana es otra cosa, que allí los funcionamientos asentados en la costumbre y la ley no escrita reproducen las prácticas de una cultura de discriminaciones y dominación masculina que ha hecho necesario correr las fronteras de lo privado y lo público para interrogar hablas, lenguajes, usos y modalidades diversas de las dominaciones de género.

Las demandas feministas no se contienen, todas, en la institucionalización política del género, representada en los programas de las oficinas estatales de la mujer, más aún, esas oficinas instrumentalizan esas demandas según sus propios intereses, centrándose mayoritariamente en capacitar a las mujeres para hacerlas funcionales a los programas dominantes de desarrollo y crecimiento económico. 

Es en ese terreno donde comprobamos las fallas de la igualdad. Una igualdad que falla. Una igualdad que crea problemas y que exige un nuevo derecho que se formula como interrogante a las prácticas que emergen de los cuerpos. Julia Kristeva la ha llamado «La cuarta, la igualdad sexual, que implica la permisividad de las relaciones sexuales, el aborto y la anticoncepción... Es pues esta cuarta igualdad la que plantea problemas y parece esencial para la lucha de las nuevas generaciones». Piedra de toque de la igualdad, la diferencia sexual pone en escena la reivindicación de la diferencia, la especificidad de un cuerpo, sus funciones, sus experiencias. Es lo que el feminismo actual llama lo simbólico. «La diferencia sexual, biológica, fisiológica y relativa a la reproducción, traduce una diferencia en la relación de los sujetos con el contrato simbólico que es el contrato social» (Kristeva).

Lo sexual y lo simbólico

Los derechos reproductivos y sexuales en este sentido parecen contener promesas de eficacia para recuperar esas demandas feministas que han quedado soslayadas por las políticas de igualdad en la medida que hay una igualdad que no puede tener lugar. Los derechos reproductivos tienen esa facultad de especificar la diferencia entre hombres y mujeres, diferencia que posibilita, a su vez la pregunta por las diferencias en su relación con el poder, con el lenguaje, con el sentido. Vuelvo a leer en Kristeva, una señal en los derechos reproductivos que conjuga lo sexual y lo simbólico para tratar de encontrar en ello lo que caracteriza a lo femenino ante todo y a cada mujer en último término.

Plantear desde las mujeres la cuestión de los derechos reproductivos y sexuales de las mujeres señala en primera instancia la voluntad política de hablar(se), de hablar el propio cuerpo, de interrogar desde las propias mujeres los discursos masculinos sobre la sexualidad, los regímenes de funcionamiento sexual, el deseo de la maternidad, el aborto. Por eso hablar de derechos reproductivos y sexuales exige hacerse cargo de la necesidad de despejar un área complicada de problemas que quizás por primera vez en la historia está siendo hablada por las mujeres. Más aún, por primera vez en la historia las mujeres participan en la construcción de las representaciones del cuerpo.

Imaginarios y representaciones

Quiero insistir en este aspecto, justamente en este momento histórico, cuando estamos convencidas de la función que cumplen los medios de comunicación en construir un horizonte social en la constitución de imaginarios y representaciones, en este caso de género, que es lo que aquí interesa. Esto quiere decir que las formas de activismo que se emprendan en la actualidad deben reconocer que cualquier forma de hacer política requiere de la intervención en los medios de comunicación ya que la intervención de los medios de comunicación cambia la política y la conciencia. Esto quiere decir que las formas de hacer política en la actualidad no pueden eludir la visualidad, el impacto de las imágenes en la construcción de modos y modelos de vida. En relación al cuerpo de las mujeres esto es fácilmente comprobable, basta sentarse una tarde frente a un televisor para tomar conciencia de la forma cómo los sistemas de poder disputan la representación de los cuerpos de hombres y mujeres, sobre todo para descubrir cómo los mensajes publicitarios trabajan con la sexualidad y el deseo que proviene del ámbito del erotismo para promover los más variados productos, el cuerpo de la mujer emula así, desde el deseo de adquirir una prenda de vestir, de fumar, de beber, hasta jugar con los montajes visuales que transforma una botella de pisco o latas de cerveza en un cuerpo de mujer. La actualidad articula nuevas formas de comprensión de la política donde el campo de la representación señala una vía de transformación de lo social hasta ahora desconocida, porque la ciudadanía, como ha dicho García Canclini, también se realiza en las formaciones discursivas ejercidas por el consumo. Esto construye una nueva articulación que sin ser claramente representacional ni claramente política afecta imaginarios, valores y símbolos culturales. La disputa actual de las articulaciones discursivas se ejerce también en una lucha por la representación desde los diversos intereses en juego. Así se estereotipan cuerpos desde sus (in)conveniencias mercadistas; los cuerpos estragados de los drogadictos, los cuerpos enflaquecidos de los enfermos de SIDA y/o cáncer, los cuerpos fisioculturizados de mujeres y hombres, los cuerpos anoréxicos exigidos por la moda hablan de una batalla representacional del cuerpo que elude los cuerpos reales de los hombres y mujeres que no se recubren de marcas construidas por los discursos que sirven al poder. Una de las disputas fundamentales de la actualidad, se despliega en los medios de comunicación en el campo de la representación y producción de imaginarios.

Chile Unido te acoge: campaña anti-aborto

Quisiera ejemplificar lo que digo refiriéndome a una campaña anti-aborto que hoy día se encuentra en circulación en los medios de comunicación chilenos. La campaña promovida por la Fundación Chile Unido y la Federación de medios de comunicación social lleva por nombre «Chile Unido te acoge». Es realizada por la Agencia de publicidad «180 Grados». Consta de spots radiales, afiches pegados en espacios públicos y spots televisivos. Su grupo objetivo lo constituyen las mujeres embarazadas, las mujeres fértiles y la sociedad en su conjunto. Sus objetivos son persuadir (en las embarazadas), prevenir (en las mujeres fértiles) y crear conciencia (en la sociedad). Se plantean llegar a ellos, respectivamente, acogiendo, demostrando y acusando. Esta campaña considera al aborto como un problema social de la vida actual, en el que todos estamos implicados; condena la contradicción establecida por una sociedad que sanciona negativamente un embarazo no deseado, incitando con ello al aborto, de lo que se trataría -es el eje de la campaña- sería de acogerlo.

El lema de la campaña televisiva es «Chile Unido te acoge», y el lema de los afiches es «Al abortar parte de ti también se muere». Los dípticos que se reparten en lugares públicos están encabezados por la frase «Si conoces a alguien aquí tienes cómo ayudarla».

La campaña televisiva consta de tres spots: en uno de ellos vemos por detrás a una mujer joven que mira tras los cristales de una ventana a un niño que corre. La mujer piensa, si tu no estuvieras habría terminado mi carrera, si tú no estuvieras yo podría tener más dinero... si tú no estuvieras yo podría haber hecho tantas cosas... después de una breve pausa se ve que el niño corre hacia su madre y ella corrobora, si tú no estuvieras... mi vida no tendría sentido. La escena se desarrolla en una atmósfera de paz, belleza, la mujer y el niño son rubios, ambos hermosos. No hay problemas.

En otro de los spots aparece una directora de liceo señalando que ahí no puede continuar sus estudios una adolescente por estar embarazada, luego aparece en pantalla un padre de familia diciendo a su hija que debe salir de la casa, luego un joven dudando de su eventual paternidad. En cada caso la imagen en pantalla se emite en colores y en un momento se congela, dramáticamente, en blanco y negro sobre la palabra cómplice, destacada en pantalla. 

El tercero de ellos muestra la imagen de una ecografía en la que se recorre el itinerario de un feto en el interior del vientre de la madre, allí éste tiene hipo, se chupa el dedo, entre otras manifestaciones de vitalidad, humanidad y existencia. 

Los spots, hay que decirlo, sorprenden por su calidad técnica y visual, por la nitidez de sus mensajes, que apelan al espectador a no permanecer indiferente, a hacerse parte activa de una opinión identificándose, ya sea como persona, como padre o madre, a la experiencia de la pantalla. Mayoritariamente el espectador se manifiesta de acuerdo con lo que se plantea. Ninguna mujer moderna y liberal podría no sentirse identificada con la alegría de tener un pequeño hijo y con el sentido que otorga a la vida la existencia de un niño. Tampoco podríamos dejar de enternecernos frente a un bebé que en el vientre de su madre se comporta como un ser humano, ni menos estar en desacuerdo con que a una joven embarazada no habría que expulsarla de la escuela, ni de su casa como también aprobar que todo joven debe hacerse responsable de su paternidad. La verosimilitud de las imágenes está avalada por el recurso al uso de avanzadas tecnologías y conocimientos médicos, los mensajes se hacen cargo de la construcción de conciencia social solidaria para una joven en problemas. Al mismo tiempo la construcción visual proviene de las estéticas visuales más difundidas por la moda y los medios; por la producción de publicidad y de ideales de vida adecuados a formas de relaciones felices y deseadas, que los medios continuamente muestran, produciendo un mundo armónico y desprovisto de tensiones; más aún ésta se construye a partir de las estéticas del melodrama holywoodense, en boga en la transmisión de formas de sociabilidad emitidas por las teleseries y otros programas mediáticos que emulan una vida cotidiana moderna. 

Un ausente: el cuerpo embarazado

Después de ver reflexivamente estos spots es imposible no leer en ellos algunos aspectos que complejizan y amplían la productividad de su mensaje. Chile Unido, el enunciado apela a una comunidad que no existe ni en la imagen, ni en el discurso. La resolución del problema queda reducido al ámbito individual, su realidad no remite a la responsabilidad ni a las obligaciones sociales de las instituciones en, no sólo acoger, sino resolver este problema. Por otra parte resalta en la construcción visual una gran ausencia en la producción de estos mensajes audiovisuales, una gran exclusión, un desaparecido, el cuerpo embarazado, su deseo, su habla. El cuerpo embarazado es reemplazado por un discurso abstracto de la maternidad en un caso y por los discursos de autoridad de los actores educadores, en otro, la familia, la escuela. Incluso la figura del "pololo" dudando de su paternidad echa una sombra sobre la fidelidad y la validez de los sentimientos femeninos, aprovechando la defensa del feto para construir un discurso misógino que cierra la boca y borra el cuerpo de las mujeres. El mensaje se construye de ese modo, como respuesta y sanción ética a los discursos y mensajes que centran su reflexión en la autonomía de las mujeres y en la facultad de decidir sobre sí misma.

Una pregunta ética se impone en relación a las formas como este problema social es tratado públicamente en esta campaña, ¿cómo resolver un problema social de gran magnitud evitando al máximo costos físicos y psíquicos de los involucrados más directos? La pregunta apela a la voluntad política de diálogo, debate, información, reconocimiento de posiciones en un tema no consensual; voluntad política de reconocimiento de derechos y diferencias; en una indagación sobre el poder y los lenguajes que lo construyen. La campaña en cuestión centra su discurso en la defensa del niño no nacido, construyendo un discurso a-histórico y desocializado sobre la situación de sus actores, fundamentalmente de las mujeres. Para ello se excluye el cuerpo de la madre, el cuerpo embarazado. La problemática social, económica que lo recubre deja de tener vigencia. Se habla de un embarazo como hecho consumado. Sabemos que en Chile por efecto de las influencias de la Iglesia Católica y de los sectores más conservadores, el problema de la sexualidad de los jóvenes no tiene canales públicos de información y debate, la educación pública adolece de programas de educación sexual y el problema del aborto como problema social causante de graves anomalías y muertes en las mujeres no ha sido objeto de debate desde la amplitud de disciplinas y discursos sociales que podrían hablarlo.

Sin culpabilizar, sin condenar, sin penalizar

Los abortos clandestinos, la penalización, el maltrato infantil, la delincuencia juvenil y otros encadenamientos sociales que devienen de maternidades desprotegidas y de aceptación forzada de hijos no deseados son temas que se eluden socialmente y los discursos del poder los hablan sólo desde la práctica de la condena y la represión. Tampoco existen políticas públicas de prevención de embarazos a niveles masivos.

En países con altos índices de pobreza y de situaciones sociales irresueltas, éticamente, no podría abordarse este problema sólo desde una perspectiva de moralidad individual, sabemos del maltrato y abandono infantil, del aumento de jefaturas de hogar femeninas, de la creciente ausencia de paternidad y de muchos otros efectos de disolución social producto de un sistema cultural centrado en valores hedonistas y economicistas. 

En relación a la construcción de representaciones, el tema del aborto reviste una problemática fundamental. Es cierto que en esta lucha las posiciones anti-aborto se sirven de los avances de la tecno-ciencia, la ecografía entre otros, para producir, sin debatir la humanización del feto desde su origen mismo y centrar allí toda la atención con la consiguiente desaparición de la madre como sujeto social en una situación que le atañe en todos los niveles de su existencia. Es difícil para las mujeres que luchan por el derecho a decidir construir representaciones positivas del aborto. Tampoco habría por qué hacerlo, la pregunta por los derechos sexuales y reproductivos no considera discursos pro-aborto. De lo que se trataría es de programar sistemas de información y educación para evitarlo progresivamente, sin culpabilizar ni condenar, menos penalizar con la ley.

Sin obviar la existencia de un sistema mercadista, pensamos que se hace necesario construir otras representaciones del cuerpo femenino, donde éste pueda reconstruir su lugar en la escena pública y privada desprovisto de las retóricas exitistas construidas por los mercados publicitarios. Los cuerpos y sus múltiples experiencias hacen parte de representaciones ausentes en los medios de comunicación masiva. El aspecto eludido por los poderes dominantes de la política, de la iglesia y de los discursos de las disciplinas del cuerpo es el de reconocer en el cuerpo de la mujer un derecho y un poder que reclama la facultad de decidir sobre la administración de su deseo materno. 

Una vez más se hace necesario que al control y la represión opongamos la necesidad de saber. Lo necesario son campañas de educación y prevención del embarazo, políticas de educación sexual y establecimiento de formas de regularización de prácticas médicas en casos de peligro inminente de la vida de la madre y/o el hijo/a. Es desde la independencia de discursos no domesticados por las modernizaciones privatizadoras del neo liberalismo desde donde podemos, en alianza con otras minorías fuera de las representaciones dominantes, iniciar nuevas representaciones de los cuerpos en la dignidad que les confiere una existencia resistida a las mercantilizaciones de las maquinarias publicitarias y sus discursos.

Las nuevas formas de hacer política, para las posiciones feministas no pueden dejar de considerar las mediaciones con que los medios construyen la visión de la realidad, los discursos y las representaciones.

Raquel Olea