La búsqueda de restos

Cotidiano Mujer Nº38
Año 2002

A las siete de la mañana todos nos dirigimos al primer lugar de excavación, donde se suponía estaba nuestro familiar y otro compañero de la etnia Ixil. Fue un momento ceremonial. Por nuestra parte, le pedimos permiso a Christian para trasladarlo, sabíamos que ahí habían reposado sus restos por más de 20 años, él no pidió que lo moviéramos y nosotros estábamos dispuestos a llevárnoslo. Porfirio, uno de los compañeros de origen maya jakalteco, pidió permiso al Corazón del Cielo y de la Tierra por la herida que íbamos a hacer y encendieron velas blancas en los cuatro puntos cardinales. Cada uno expresó lo que su corazón le decía; Felipe habló del sacrificio y aporte que los compañeros enterrados habían dado por lograr una sociedad mejor; Leonor nos compartió que ese día correspondía al día 5 KAT en el calendario maya, esto significa fuego y red. Al interpretarlo evoca la muerte. La muerte dentro de la concepción del calendario representa el fin de un ciclo. La semilla muere para dar origen a la planta. Al encontrar los restos de los compañeros se cerrará un círculo de dolor e incertidumbre. Se concluirá una etapa y se cerrará el duelo, para permitir que en nuestros corazones y nuestro pensamiento la imagen de Christian encuentre un nuevo lugar, desde el cual nos inspire, nos llene de valor y decisión. Al terminar este ciclo empezaremos a vivir uno nuevo, donde Christian nos acompañe de una forma diferente y nos llene de alegría el saber que lo conocimos y aprendimos mucho con él.

 Olga Villalta

 

Christian Lorentzen Gordillo, el portador de sueños

Crónica de la recuperación de sus restos en la selva mexicana

El sábado 7 de septiembre, cuando el sol apenas asomaba, nos encontramos con mi hijo en las oficinas de CAFCA. Estábamos a las puertas de un viaje que culminaría el proceso iniciado hacía tres años para recuperar los restos mortales de Christian Lorentzen Gordillo, quien había quedado enterrado en las selvas tropicales del sur de México. Él era su padre y mi compañero de vida.

 

Nos acompañaban, Irma Lorentzen hermana de Christian; Leonor Hurtado y Gustavo Dieguez, pareja de amigos muy queridos; Miguel Angel Morales y Francisco Castañeda, jóvenes arqueólogos forenses, designados para apoyarnos en la exhumación. Dos carros de doble tracción nos llevarían rumbo a la frontera de México por la zona del Ixcan (Norte de Guatemala). Teníamos que recorrer más de 500 kilómetros. De estos más de la mitad son de terracería y en época de lluvias de difícil acceso.

 

Pretendíamos llegar ese mismo día a Playa Grande, Ixcán, en donde nos encontraríamos con Jorge Macías, guía del viaje y salir al día siguiente hacia la frontera. Aproximadamente a dos horas y media de camino llegaríamos a la casa de don Teodolo Lumbera, campesino mexicano que estaba dispuesto a ayudarnos en nuestro esfuerzo.

En la década del 70, Christian se unió a los esfuerzos guerrilleros que reiniciaban la lucha armada en Guatemala. Fue de los fundadores de lo que se constituyó después en el Ejército Guerrillero de los Pobres, una de las cuatro organizaciones que conformaron en el 80 la Unión Revolucionaria Guatemalteca. Junto a Manolo, Patricia y Paula, establecieron las primeras bases urbanas de la guerrilla en la ciudad de Guatemala. Eran soñadores e iban tras la utopía.

 

Por diversas razones no fue parte del grupo inicial del EGP que entró por las selvas de Ixcán el 19 de enero de 1972. Ocho años más tarde, en los primeros días del mes de marzo de 1980 encaminó sus pasos a la montaña; meses antes había sido promovido a miembro de Dirección Nacional del EGP. Al entrar se incorporó a la unidad de combatientes que realizaba acciones militares en la zona. A finales de mayo se dirigió a la zona selvática mexicana que era utilizada como retaguardia. En el camino su salud se minó, el esfuerzo físico había hecho estragos. Sé automedicó creyendo tener paludismo. Sus compañeros hicieron esfuerzos por sacarlo de la zona, sin embargo la muerte le ganó la batalla a los 35 años de edad.

 

El proceso de paz y las gestiones de exhumación

 

Cuando Christian murió consideré que había quedado en donde él había decidido estar, acompañado de los pobres de su país, por quienes siempre estuvo dispuesto a dar su vida. Al firmarse la paz los combatientes dejaron la montaña y se integraron a la vida civil. ¿Y Christian? nos preguntábamos, no teníamos idea de donde exactamente estaba enterrado, solo sabíamos que era en la espesura de la selva. Si sus compañeros ya no estaban ahí, ¿por qué no traerlo?

 

Nadie sabía exactamente cómo resolver el traslado de alguien que estaba enterrado en territorio mexicano, pero de quien no se había declarado su muerte a las autoridades mexicanas, por lo tanto no había acta de defunción.

 

El compartir nuestros deseos con amigas y amigos cercanos nos permitió conocer a CAFCA. Tocamos sus puertas, fuimos escuchados y nos indicaron que podían apoyarnos, siempre y cuando se tuviera la ubicación exacta del lugar. Contaban con experiencia en traslado de guatemaltecos enterrados en México legalmente, pero desconocían cómo manejar nuestro caso.

 

Así conocimos a Jorge Macías, ex guerrillero, conocedor de la zona, quien nos proporcionó información precisa del lugar y se dispuso a ayudarnos. Por muchos años, él solo sabía que estaba en “territorio mexicano". Tenía que lograrlo.

 

A pesar de contar con esa información precisa, nuevamente no sabíamos como continuar. ¿Dónde hacer las gestiones? Fuimos al Consulado Mexicano y nos dijeron que ellos no se ocupaban de guatemaltecos en México. En Relaciones Exteriores solo sabían el proceso normal, cuando se trata de personas enterradas en cementerios legales y cuentan con acta de defunción.

 

Meses después, todo parecía indicar que al fin podríamos hacer el viaje, pero... había otros compañeros enterrados en el lugar y valía la pena trasladarlos también. Con el camino abierto por nosotros fue fácil para ellos tramitar los permisos. Cuando esto estuvo listo comenzamos a prepararnos para ir.

 

EL Viaje

 

El 7 de octubre nos juntamos en Playa Grande los que íbamos de la capital con, Jorge, los familiares de Santiago Ros: sus hermanos Antonio y Ramona, sus parientes cercanos Marcos, Sebastián, Porfirio, José y el hijo de Ramona. Así también se encontraba Felipe Gómez hermano de Margarito Gómez, combatiente muerto en 1978. .

 

El domingo 8 salimos en caravana hacia México, llegamos a la casa de don Teodolo, antiguo colaborador de la guerrilla, quien gustosamente había accedido a servirnos de guía y acompañarnos en las gestiones. Su esposa e hijas/os nos atendieron con gran alegría y solidaridad.

 

El mismo domingo decidimos entrar a la zona de exhumación, con el objetivo de comenzar lo más temprano posible. Debíamos recorrer unos cuantos kilómetros en los vehículos y luego caminar a pie en la montaña. Dejamos los carros en el casco de una finca y comenzamos a caminar. Vestíamos camisas de manga larga para evitar las espinas, y botas de hule que nos protegieran del lodo.

 

Atravesamos un potrero, el monte era alto y el sol quemaba. Teníamos que detenernos para que los guías abrieran brecha en la vegetación. Un río anegado apareció en nuestro camino, varias/os de nosotras/os nos hundimos con todo y botas, en un lodo espeso. Fue preciso que los más experimentados nos ayudaran a salir. Luego, nos adentramos en la jungla. A las 5 PM llegamos al lugar donde estaban nuestros familiares. Se trataba de un antiguo campamento guerrillero. Jorge nos explicó la ubicación, nos orientó sobre cómo acampar. Procedimos a armar las tiendas de campaña y a colgar hamacas. Felipe y Antonio, ex guerrilleros, apoyaron a los neófitos en el arte de colgar hamacas y toldos.

 

A las 7 PM nos juntamos alrededor del fuego a cenar atún y tortillas. Conversamos un poco y cada quién se fue a dormir. A las 12 de la noche el cielo empezó a brillar con rayos y centellas que anunciaban un vendaval. Efectivamente llovió torrencialmente, la mayoría nos mojamos y no pudimos dormir. Sin embargo a las siete de la mañana todos estábamos dispuestos a comenzar el trabajo para el cuál estábamos ahí.

 

La búsqueda de restos


Comenzamos a cavar. La información sobre la posición de los cuerpos era imprecisa, sin embargo los arqueólogos Miguel y Francisco hicieron las mediciones para comenzar excavar en forma de trinchera. En la parte sur de la trinchera se comenzó a encontrar piedras, por lo que se descartó. Eran piedras talladas lo que hacía suponer que estábamos en edificaciones de la antigua civilización maya. En el área norte de la trinchera, Marcos, indígena jakalteco, indicó que la tierra estaba floja y las marcas de las raíces reflejaban haber sido cortadas alguna vez. Nos explicó que cuando se corta una raíz ésta se divide. A las dos horas de estar cavando y llegar a un aproximado de 1.20 mt. de fondo aparecieron los primeros indicios: sonaba hueco y restos de material plástico comenzaron a asomar. Primero apareció la parte superior de la cabeza. Intervino Miguel quien apartó la tierra cuidadosamente y descubrió la cabeza entera. Reconocí los dientes, no había duda, era mi compañero...

 

Tomé a Christian hijo del brazo y le dije “es tu papá hijo, es él”. A pesar de que el resto del cuerpo aún no había sido descubierto para tener la certeza de su estatura, el recuerdo de su sonrisa se había mantenido intacto en mi mente. Nos abrazamos emocionados de haber encontrado por fin los restos de su padre.

 

Encontramos el 99% de su masa ósea. ¡Estaba entero! No lo podíamos creer, nuestras expectativas no eran muchas, nos habíamos preparado para encontrar muy poco, pero ahí estaba, probablemente esperándonos... Alguien comentó “era duro de roer el señor” nos pareció que su personalidad había trascendido a pesar de los 22 años transcurridos. Los comentarios acerca de su estatura no se hicieron esperar. Los campesinos que nos acompañaban, veían los huesos y levantaban la vista para ver al “hijo del muerto” cuya estatura llega a 1.90mts.

 

Mientras excavábamos, a media mañana se presentaron ocho hombres de la comunidad de Pico de Oro. Querían verificar si era cierto que estábamos ahí por los restos de familiares, iban con escopetas y rifles, con cara de pocos amigos. Por medio de conversación poco a poco bajamos su recelo. Don Teodolo gentilmente les explicaba cómo había muerto la persona enterrada y nos presentaba con ellos.

 

Mientras los arqueólogos limpiaban los restos de Christian, el resto de compañeros cavaban otra tumba, ubicada en el mismo bordo. Nuevamente fue el sabio Marcos quien indicó dónde era el lugar exacto. A las 2.30 estábamos sacando los restos del compañero de nombre desconocido a quien solo se le recuerda por su seudónimo Clemencio.

 

No fue fácil encontrar los restos de Santiago Ros, se cavaron 4 fosas, y no se encontraban vestigios. La tarde pronto terminaría y teníamos la esperanza de no dormir otra noche en la montaña. Jorge tomó la decisión de sacar a un primer grupo con los restos de los dos compañeros encontrados guiados por Don Teodolo y su hijo Isaías. Él se quedaría con el resto para continuar al siguiente día.

 

Al otro día Marcos contaría, que hubo un momento en que todos estaban cansados de cavar, pero también no concebían regresar sin encontrarlo, él sugirió regresar a la tercera fosa que habían cavado, algo le decía que era allí, le pidió de todo corazón al muerto que le diera un indicio. A los doce azadonazos aparecían restos de tela que correspondían al uniforme con que había sido enterrado Santiago Ros.

 

Los restos de Christian habían sido colocados ordenadamente en bolsas por los arqueólogos. La zona es excesivamente húmeda por lo que los huesos estaban inundados y pesaban. En ese momento mi hijo y yo nos dimos cuenta que teníamos que cargarlos... Creíamos que solo íbamos a encontrar fragmentos, pero, ¡estaba entero!, y ¡pesaban!... Nos distribuimos la carga y los acomodamos encima de nuestras mochilas. Comenzamos el camino de regreso guiados por don Teodolo. Íbamos contentos, caminábamos sin prisa pero veíamos amenazas de tormenta así que había que acelerar el paso. En cierto momento, al ver a Christian hijo, cargando los huesos de su padre en la espalda, me invadió un sentimiento de ternura, pensé en lo paradójica que es la vida, este joven que fue abandonado por su padre para construir nuevos amaneceres para todos, estaba aquí demostrándole fidelidad y respeto. Entonces supe que estábamos haciendo lo correcto.

 

Mi padre ausente y presente 

Cuando caminaba en medio de la selva cargando los restos de mi padre, me surgieron una serie de sentimientos. Después de tantos años de estar separados, hoy estábamos juntos, tal vez no de la forma que hubiera querido. Pero ahí estábamos, inclusive compartiendo un viaje. Vino a mi mente el respeto a su opción por los pobres, lo que lo llevó a renunciar a la comodidad de la ciudad, a la seguridad de una carrera profesional y encaminar sus pasos a la selva, donde las condiciones son difíciles, pero luchaba por lograr que en Guatemala hubiera justicia para todos. Sentía satisfacción por lo que habíamos logrado, todavía no estaba tan conciente de la dimensión, pero el peso en mi espalda era la prueba, ahí iba él. Lo que tanto habíamos deseado y que en ciertos momentos nos pareció imposible, hoy era una realidad, e iba conmigo.

Durante todo el camino tuve la sensación de que papá me acompañaba..., me hubiera gustado platicar con él de tantas cosas; de lo que he hecho en la vida, de las novias que he tenido, de los trabajos que he realizado, de la experiencia que este viaje ha significado, de qué haré de ahora en adelante, qué consejos me podría dar. No creo que haya sido ausencia de él lo que sentí, todo lo contrario, extrañamente sentí presencia, tal vez no podíamos hablar, pero sentía que estábamos ahí, los dos.

 Christian Lorentzen Villalta

1 Centro de Análisis forense y Ciencias Aplicadas.