MUJERES/SIDA/UNIFEM
Repollos por ataúdes
Extractos del texto de una conferencia de Stephen Lewis, enviado especial de las Naciones Unidas en África para HIV/SIDA pronunciada en la Cumbre sobre Asuntos Globales de Salud de la Mujer. Universidad de Pensilvana, Filadelfia, el 26 de abril de 2005 a las 9:30 AM
Soy consciente de que esta es una conferencia sobre la salud global de la mujer y todo lo que a continuación diré se circunscribirá a esta definición genérica. Pero cuanto más pienso en el tema, más quiero usar el HIV/SIDA en África como sustituto de cada actividad internacional sobre salud de la mujer; en parte porque se trata de lo que conozco mejor y en parte porque es una reflexión exacta sobre la realidad.

He estado en el rol de Enviado durante cuatro años. Las cosas están cambiando de manera intensa y dolorosa. Ahora es posible sentirse apenas catastrófico en lugar de apocalíptico. Las iniciativas para realizar tratamientos, conseguir recursos, capacitación, infraestructura y prevención están en camino. Pero hay un factor que sabemos que es muy poco probable que cambie: la situación de las mujeres. En su propio lugar, que es donde realmente cuenta, donde las palabras astutas se confrontan con la realidad, las vidas de las mujeres están tan despiadadamente abandonadas como siempre lo han estado en estos últimos veinte años de pandemia.

Hace unas semanas estuve en Zambia visitando un distrito apartado en Lusaka. Nos llevaron a una población rural para conocer un “proyecto generador de ingresos” manejado por un grupo de Mujeres Viviendo con SIDA. Había unas 15 o 20 reunidas bajo una pancarta que las identificaba, todas viviendo con el virus, todas cuidando huérfanos. Estaban de pie al lado del símbolo del proyecto, un enorme ramo de repollos. Luego de que hablaran voluble y elocuentemente de sus necesidades y de las de sus hijos (siempre el hambre encabezaba la letanía), pregunté por qué los repollos. Supuse que sería un suplemento de su dieta. Sí, dijeron a coro. Y que seguramente vendían lo que les sobraba en el mercado. Un gesto afirmativo y enérgico con sus cabezas. Y estoy seguro de que sacan algún beneficio. De nuevo las afirmaciones. ¿Qué hacen con las ganancias, pregunté? Y esta vez hubo una respuesta burlona como si quisieran decir, seguramente sabes la respuesta antes de preguntar: “Compramos ataúdes, por supuesto; nunca tenemos suficientes ataúdes”.

Es en momentos como este que pienso que el mundo está loco. No hubo un espasmo existencial en mí. Simplemente no se de qué otra manera caracterizar lo que le estamos haciendo a la mitad de la humanidad.

Quiero recordarles que no fue hasta la conferencia de Bangkok en 2004 – ya había más de 20 años de pandemia – que en un informe de ONUSIDA se desagregaron las estadísticas y se comentó extensamente sobre la devastadora vulnerabilidad de las mujeres. La frase “el SIDA tiene cara de mujer” ganó presencia en la conferencia de Barcelona en el 2002, dos años antes y con todo ya era años tarde. Tal vez debamos dejar de usar la frase como si tuviera dimensiones reveladoras. Las mujeres en África siempre supieron de quién era la cara seca y dolida del virus.
Quiero recordarles que cuando se lanzaron las Metas del Milenio no existían metas de salud sexual y reproductiva. ¿Cómo fue posible que se olvidaran? Todo el mundo está ahora apurándose para encontrar una forma de adecuar confortablemente los derechos sexuales y reproductivos con el HIV/SIDA, o con el empoderamiento de las mujeres o con la mortalidad materna. Pero ciertamente el HIV/SIDA debió haber tenido una categoría propia, una meta propia. Curiosamente la primacía de las mujeres es rescatada (aunque no haya metas todavía) en el documento del Proyecto del Milenio de la autoría de Jeffrey Sachs.

(…) Quiero recordarles que dentro del sistema de Naciones Unidas existe algo llamado Grupo Especial de Trabajo de Mujeres y SIDA en África del Sur. Permítanme contarles cómo fue esto.

(…) En enero de 2003 viajé junto al Director Ejecutivo de la FAO, James Morris, a cuatro países africanos acosados por una combinación de hambruna y SIDA: Zimbabwe, Zambia, Malawi y Lesotho. Habíamos supuesto, al principio, que íbamos a enfrentarnos principalmente a sequías o a lluvias erráticas, pero en el lugar vimos claro que a un grado devastador, la productividad agrícola y el abastecimiento doméstico estaban siendo arruinados por el SIDA. Tuvimos una verdadera sacudida, una conmoción por la mortalidad, la cantidad de huérfanos y la omnipresente muerte entre la población femenina. En realidad tan desesperados quedamos de esta manera de diezmar a las mujeres que apelamos al Secretario General de las Naciones Unidas en persona para que interviniera.

Y lo hizo. Llamó a un encuentro de alto nivel en el piso 38 del Secretariado de las Naciones Unidas, con una conferencia televisada con James Morris que estaba en Roma y con otras agencias de las NU en Ginebra. Luego de varias intervenciones el Secretario General creó una Grupo Especial de Trabajo de Género y SIDA en África del Sur dirigida por Carol Bellamy de UNICEF.

Si la memoria no me falla, Carol Bellamy decidió elegir siete de los países con mayor tasa de frecuencia: los estudios fueron hechos, las recomendaciones señaladas; los costos de implementación estimados; las monografías publicadas. Y aquí lo más ulcerante: la financiación para la implementación todavía no está disponible. Las necesidades y derechos de las mujeres nunca contienen urgencia especial.

Quiero recordarles que tan recientemente como el mes de marzo pasado fue establecida internacionalmente la Comisión de África, presidida por el primer Ministro Tony Blair, en realidad establecida por el propio Tony Blair. Recibió toda clase de saludos, de felicitaciones, en particular por los análisis y recomendaciones sobre Asistencia oficial para el Desarrollo, en comercio y deuda. Los agradecimientos son merecidos. El documento va más allá de un camino progresivo que cualquier otro documento contemporáneo encare. Con una sola excepción, y quiero que se sepa – porque no es conocida – que la única parte en la que el documento falla es, lamentablemente aquélla que trata de las mujeres.

Podríamos haber adivinado lo que iba a pasar cuando vimos que solamente tres mujeres habían sido nombradas entre 17 comisionados. Tenían el mundo entero para elegir y solamente pudieron encontrar a tres mujeres y esto ni siquiera cumple con las mínimas metas de Beijing del 30 por ciento. No estamos siquiera subiendo la montaña, podríamos perfectamente estar frente al Himalaya.

(…) No contamos en las Naciones Unidas con ninguna agencia con poder para promover el desarrollo de las mujeres, para dar apoyo y asistencia técnica a los gobiernos, para diseñar programas, para representar los derechos de las mujeres. No tenemos una agencia con poder para intervenir a favor de la mitad del género humano.

A pesar del “mantra” sobre los “Derechos Humanos de las Mujeres” entonada en la Conferencia Internacional sobre Derechos Humanos en Viena en 1993; a pesar de las pujantes declaraciones de la Conferencia Internacional de El Cairo en 1994; a pesar de la Conferencia de Beijing sobre las Mujeres en 1995; a pesar de la existencia de la Convención sobre Eliminación de la Discriminación sobre las Mujeres, ratificada por 150 países, sólo tenemos UNIFEM, el Fondo de Naciones Unidas para el Desarrollo con un presupuesto anual básico de cerca de 20 millones de dólares para representar a todas las mujeres del mundo. Sin embargo hay muchas oficinas de UNICEF en algún país en desarrollo con un presupuesto anual más grande que el de UNIFEM.

Es más, UNIFEM no es ni siquiera una entidad independiente, es un departamento del PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo), su Director Ejecutivo tiene un nivel más bajo que doce de sus colegas del PNUD y menos rango que la mayoría de los Representantes Especiales del Secretario General.

Hay todavía más, porque UNIFEM está tan marginalizada que no hay nadie que represente adecuadamente a las mujeres en los grupos de co espónsores convocados por ONUSIDA. Éste es un grupo coordinador: coordina las actividades alrededor del VIH/SIDA de UNICEF, del PNUD, del Banco Mundial, de UNESCO, UNFPA; WHO; UNDCP (la agencia dedicada a las drogas) ILO y WPF. Cuando UNIFEM pidió ser co-espónsor, ese privilegio le fue denegado.

(…) Quiero ser bien claro: lo que tenemos aquí es el ataque más feroz hecho por una enfermedad contagiosa sobre la salud de las mujeres y resulta que no hay una coalición concertada de fuerzas para ir a las barricadas en nombre de las mujeres. Tenemos la Coalición Global de Mujeres y VIH/SIDA, lanzada casi por desesperación por algunas líderes internacionales como Mary Robinson, o Greta Rao Gupta, que pelean por fondos sustentables pero cuya presencia es periférica en los ámbitos oficiales.

(…) La mutilación genital femenina, el contagio de la violencia hacia las mujeres, en particular la violencia sexual, el secuestro como arma de guerra - Ruanda, Darfur, Uganda del Norte, Congo del Este - violación marital, ultraje infantil, como se le llama en Zambia, el tráfico sexual, la mortalidad materna, los casamientos tempranos… y me detengo para señalar que las investigaciones muestran que en ciertas partes de África las tasas de predominio del VIH/SIDA en el matrimonio son diez veces más altas que lo que son para mujeres solteras sexualmente activas. ¿Quién pudo haberlo imaginado?

Los temas generales que ustedes están abordando en esta conferencia golpean el corazón de la condición humana. Toda mi vida adulta he aceptado el análisis feminista sobre el poder y la autoridad de los hombres. Pero tal vez debido a una aguda ingenuidad nunca imaginé que el análisis sería aplastado por la realidad histórica objetiva. Naturalmente el movimiento de mujeres tuvo grandes éxitos, pero la actual lucha global para asegurar la salud de las mujeres me parece un desafío de casi insuperables dimensiones.

(…) Permítanme entonces poner delante de ustedes dos respuestas bien pragmáticas que pueden resultar en una enorme diferencia para las mujeres y luego una propuesta más fundamental.

(…) Mi recomendación es que esta conferencia escriba una carta para ser firmada por gente como Mary Robinson o Gesta Rao Gupta y/o académicas conocidas y mandarla a cada jefe de gobierno y ministros de salud, urgiéndolos a pedir un pago para los cuidadores, utilizando el precedente de Swazilandia.

¿Y cuál es la segunda propuesta pragmática? Recomendaría con cada fibra de mi voluntad de persuasión que la conferencia colabore directamente con la Asociación Internacional de Microbicidas, cuya increíblemente eficaz directora ejecutiva es la Dra. Zeda Rosenberg. Ella les contará lo que necesita y cómo hacer para conseguirlo. Es un microbicida en forma de gel o de crema o de anillo que impide la infección, mientras permite la concepción – el compañero no necesita ni siquiera enterarse que existe – y esto puede salvar la vida de millones de mujeres. El director de ONUSIDA, el Dr. Meter Piot, bien conocido por muchos de ustedes, sugirió que para el descubrimiento de un microbicida faltarían cuatro años más. Es casi un milagro, sin vacuna – y nunca debemos detenernos en la búsqueda de una vacuna – un microbicida puede transformar la vida de las mujeres y reducir dramáticamente la desproporcionada vulnerabilidad que sufren. Lo que hace falta es ciencia y dinero. Ustedes pueden ayudar con ambas.
En un frente más fundamental quiero afirmar que el proceso de reforma de las NU ya comenzado, sea confrontado con argumentos que no ahorren la impaciencia.

Oí al presidente de Botswana usar la palabra exterminio cuando se refería a la lucha en su país. Oí al presidente de Lesotho usar la palabra aniquilación cuando describía las luchas en su país. Estuve junto al presidente de Zambia y miembros de su gabinete no hace mucho cuando usó la palabra holocausto para describir las luchas en su país. Las palabras son verdaderas, no hay hipérbole. Y las palabras se refieren abrumadoramente a las mujeres. Siendo este el caso, la respuesta debe ser proporcional. Creo que la respuesta debe proceder en dos frentes simultáneos.

(…) Estamos esperando el día en que los gobiernos entiendan finalmente que las mujeres son la mitad de todo lo que afecta a la humanidad y deben, por lo tanto, estar comprometidos con ellas absolutamente. ¿Por qué es imposible crear un movimiento comprometido con los derechos de las mujeres con asistencia y facultades médicas alrededor del mundo y hacer una revolución? El problema terrible es que ustedes nunca organizaron sus capacidades colectivas.

(…) En mis fantasías, veo un grupo de mujeres africanas yendo de un país a otro, de un presidente a otro identificando las violaciones a la salud específica de las mujeres en tal país, y exigiendo un cambio tan profundo que sacuda las raíces de las relaciones de género de la sociedad. Sé que mujeres líderes africanas como Wangari Matthai y Graça Machel y tantas prominentes jefes de gabinetes, y activistas comprometidas y profesionales piensan en estos términos; lo que es necesario es una masiva lluvia de apoyo internacional de los y las hermanos y hermanas del planeta.

Tengo 67 años. Soy hombre. Pasé mucho tiempo trabajando en política, diplomacia, multilateralismo. Sé algo de cómo funciona este mundo de hombres y sin embargo todavía lo encuentro inexplicable. Ya no me importa si ofendo a alguien con lo que digo o qué línea estoy cruzando: eso es lo bueno de avanzar en nuestra propia chochez. Sólo sé que a este mundo le falta un tornillo cuando se trata de las mujeres. Admito que vivo en un estado de rabia perpetua cuando veo lo que les pasa a las mujeres en la pandemia, que querría estrangular a aquellos que esperan tanto tiempo para actuar, a aquellos que pueden encontrar infinitos recursos para la guerra pero nunca para mejorar la condición humana.

Pero debo decir que no puedo sacar de mi mente las imágenes de las mujeres que vi, insoportablemente enfermas. Y tampoco tengo la posibilidad de perdonar o de olvidar. Lo único que tengo es la posibilidad de unirme a todos ustedes en la lucha de liberación más grande que haya: la lucha por las mujeres del mundo²