Cotidiano Nº 43

Junia Puglia

Soy zurda. Nací en la segunda mitad de los 1950. De haber nacido veinte años antes, eso hubiera sido un gran problema. Como pasó con mi madre, que era zurda y la forzaron a escribir con la mano derecha: así se hacía con esa gente “rara”, que insistía en usar la “otra mano”. No era normal, pero tampoco era una opción, ya que los zurdos nunca sentimos que podíamos elegir ser diestros si lo deseábamos. Éramos forzados a serlo.

Así sucedió durante milenios. Los zurdos eran peligrosos, tenían parte con el demonio, hacía falta domarlos. Hasta que los misterios de la mente humana se empezaron a desvelar y se llegó a la conclusión que ser zurdo era normal de veras, no afectaba el carácter, la capacidad, la inteligencia o la “destreza”. No era más que una forma diferente de ejecutar habilidades sicomotoras. Diferente de la mayoría, pero nada diferente para nosotros.

Y hay más: hay gente con la misma habilidad en ambas manos y pies, o que usa alternadamente la izquierda y la derecha como dominantes en diferentes tareas. Ya no llama la atención de nadie. En nuestro mundo “cristiano occidental”, la lateralidad no hace ninguna diferencia, excepto, quizás, por una convención social profundamente arraigada, que determina que los saludos se hagan con la mano derecha.

Un lindo ejemplo de cómo, a lo largo de la historia humana, algunos mitos sobre nuestra naturaleza se crearon y demolieron.
Como espero que suceda un día con el de la sexualidad. Teniendo en cuenta las proporciones de complejidad e implicaciones en la vida de la gente, estoy convencida que estamos acercándonos a concluir que – ¡suprema revelación! – hay personas heterosexuales (“diestras”), homosexuales (“zurdas”), bisexuales (“ambidiestras”), pan-sexuales (“con lateralidad alternada”, digamos), todo-sexuales, asexuales, y todo lo que quiera el diablo (o dios), sin que esto sea un gran drama o fuerce los respectivos “portadores” a sufrimientos, constreñimientos, adiestramientos o “conversiones”. Quiero estar bien viva para verlo²