A propósito de la Iniciativa 50/50:
algunas reflexiones
Constanza Moreira

Quiero felicitar al Centro Virginia Woolf, más conocido como Cotidiano Mujer, por impulsar la Iniciativa 50/50 sobre todo en un momento como éste, donde abundan las reflexiones sombrías sobre los escasos logros que han obtenido las demandas de género en el Parlamento en el pasado año; lo que se ve reforzado por el hecho de que probablemente sean menos las mujeres que ingresen al Parlamento en este período. Y esto, a despecho de cierto ánimo optimista que embarga sobre todo a la izquierda en este año 2004, de cara a su probable triunfo electoral en las elecciones. Este año efectivamente se va a producir un cambio muy importante, casi "revolucionario" a escala uruguaya, con la asunción de un gobierno de izquierda en el Uruguay, luego de un siglo de gobiernos blancos y colorados (más colorados que blancos, sin duda).

Pero no ha sido un año de cambios importante para el feminismo, ni para las militantes activistas mujeres ni para las intelectuales del feminismo, ni para las organizaciones que trabajan temas de género. Y es que, en realidad, en el 2003 habían dos proyectos de ley muy importantes, que fueron tratados por el parlamento: la ley de Salud Reproductiva (o de despenalización del aborto), y la ley de cuotas para mujeres en listas partidarias. Como ustedes saben, las mujeres trabajaron (trabajamos) en ambas iniciativas, y aunque no se esperara "gaar" por un margen muy importante, el fracaso fue bastante rotundo. Ambas iniciativas son muy distintas: en una se plantea el tema de la igualdad, o la corrección de la desigualdad (la ley de cupos) y en otra el tema de la libertad (la despenalización del aborto), la libertad de decidir sobre nuestro propio cuerpo. A menudo la lucha por la igualdad nos ha hecho minimizar esta otra lucha, que es la lucha por la libertad, una lucha que las mujeres aún no han ganado.

Yo creo que son iniciativas muy distintas. La iniciativa 50/50 es una iniciativa a poder lograr, pero creo que la ley por la despenalización del aborto es una lucha por la libertad y creo que las mujeres no deberíamos olvidar que esa lucha es la lucha de la mujer por la libertad de decidir sobre su propio cuerpo y eso me parece trascendental. Y la lucha de las mujeres por la libertad sigue en pie, al igual que la lucha por la igualdad.

A ambos fracasos hay que sumarle, que nos fuimos enterando -entre las internas partidarias y el armado de listas para octubre- de que vamos a tener posiblemente menos mujeres de las que teníamos, que ya no eran muchas. Graciela Sapriza en un artículo que escribió ("El Estado y las mujeres") dijo que al paso que íbamos -y esto fue en el año 1998- la paridad en política entre hombres y mujeres se alcanzaría en el año 2070, lo cual era una proposción bastante razonable. Pero a la vista de los resultados de las elecciones de 1999 donde tuvimos quince mujeres en el Parlamento, uno hubiera pensado que la lucha por incrementar la participación de las mujeres estaba dando frutos, y el Uruguay podría experimentar una tasa de incremento de participación de las mujeres superior a la que había experimentado desde la transición democrática hasta ese momento. No parece ser éste el caso.

La transición democrática ya no nos había traído buenas nuevas en este sentido: la participación femenina en cargos seguía siendo baja, y la presencia de mujeres en el Ejecutivo casi inexistente (sólo tuvimos una ministra en los largos veinte años que se sucedieron desde entonces). Pero la elección de 1999 trajo sorpresas positivas. No solamente habíamos casi doblado el número de parlamentarias, sino que éstas se habían unido por encima de banderías ideológicas y habían consolidado la bancada femenina y habían impulsado muchos proyectos, entre ellos, el de violencia doméstica. Pensamos, inevitablemente, que íbamos a mejorar. Y que la tendencia al incremento de la participación femenina se consolidaría.

¿Qué es lo que vemos hoy? Que, lamentablemente, la caída del Partido Colorado -sobre todo la pérdida de bancas en el Interior del país de este partido- va a reducir el número de mujeres electas (algunas de las parlamentarias mujeres habían sido del Interior y coloradas). Vemos también que las listas del EP-FA-NM no parecen abundar en mujeres en lugares elegibles. Por consiguiente, no parece existir "reemplazo" a estas mujeres que no conseguirán reelegirse.

Entonces, vamos a tener una tasa un poco inferior de mujeres elegidas a la que tuvimos antes (que quizá se compensará, por algunas "suplencias" de parlamentarios que serán asignados al Ejecutivo), tenemos dos leyes (la de cupos y la de despenalización del aborto) fracasadas, pero el movimiento feminista no pierde su potencial de movilización y lanza la Iniciativa 50/50 para convocar a la paridad en cargos ejecutivos, que sabemos que serán del EP-FA-NM. Bienvenida esta iniciativa. No puede ser mejor momento. Sabemos además, que el próximo parlamento tendrá una bancada mayoritaria del EP-FA-NM, y que este partido estuvo en su gran mayoría a favor de la ley de despenalización y de la cuota. Habrá que movilizarse para que estas leyes puedan volver al Parlamento en el primer año de gobierno, en el período de mayor productividad legislativa, y trabajar para que finalmente sean aprobadas.

Dejando esta sensación amarga de los fracasos de lado, es bueno ver qué cosas quedaron planteadas de la movilización de las mujeres en el período pasado, y qué lecciones podemos extraer para el futuro.

La primera lección la vivimos con Niki Johnson y es ver los fantásticos resultados que da el alinearse detrás de una iniciativa simple, concreta, específica, como fue la iniciativa de la Ley de Cuotas.

Con Niki Johson y otras investigadoras (Laura Gioscia, Inés de Torres, Andrea Daverio), hicimos un proyecto en el año 2000 para analzar el fenómeno de la baja participación de las mujeres en el Uruguay, que tuvo el apoyo de la Comisión Sectorial de Investigación Científica, y se asentó en el Instituto de Ciencia Política de la Universidad de la República. Investigamos, trabajamos, analizamos, debatimos, y hasta hicimos una encuesta a las mujeres políticas. El resultado de la investigación está en un informe, que por ahora no se ha transformado en libro, pero nunca nuestra investigación fue tan útil como cuando las mujeres tuvieron un objetivo muy concreto, una agenda muy clara, muy simple, que era implementar la ley de cupos, que además era una ley simple. Nunca viví una relación tan fluida entre política y academia como la que se do en este caso: cuando se unió la acción política con la acumulación académica que teníamos, y ésta evidenciaba una verdad muy simple: los países donde hay una participación femenina alta en cargos electivos, son los países que han implementado alguna medida de acción afirmativa. Porque de la misma manera que la desigualdad de clase se reproduce -y me excuso por recurrir a un concepto que hoy parece "descartado" pero que para mí sigue teniendo la misma pertinencia teórica que siempre tuvo- se reproduce también la desigualdad de género, si la acción política no viene a contrarrestarla. Usando la expresió de Line Barreiro, los "mercados políticos y económicos" sólo reproducen las desigualdades de género (como las de clase). Hay suficiente evidencia teórica y empírica sobre este punto, como para que sea puesto en discusión.

En síntesis, esta agenda tan clara que tuvo a la Ley de Cuotas como objetivo, así como esta iniciativa (la Iniciativa 50/50), permite ver y aprender algunas cosas importantes.

Una de las cosas que permitió fue la salir a "tantear" el escenario en el que nos movíamos: el de los políticos, y el de la opinión pública. Se encomedaron dos encuestas de opinión pública que demostraron que la mayoría de los uruguayos estaba a favor de los cupos para mujeres en listas partidarias y de despenalizar el aborto. En este país había una simple frase que decía "las mujeres no votan mujeres", pero hoy se sabe que esto no es así. Las mujeres no solamente votan mujeres, sino que -como dijo Niki Johnson- se sienten representadas cuando hay mujeres y tienden a canalizar sus demandas más hacia las mujeres que hacia los hombres.

Entonces, por un lado obtuvimos información de primera mano sobre el estado de la opinión pública uruguaya en relación al tema del aborto y al tema de los cupos. Y tuvimos mucha información de quiénes pensaban qué y por qué. Algunas de estas informaciones mostraban que los votantes de izquierda no eran siempre los más "progresistas" en este sentido, pero existe una opinión de la población mayoritariamente a favor de impulsar alguna medida de despenalización del aborto y de impulsar mecanismos correctivos de la desigual representación de hombres y mujeres en la política.

También, y más allá de haber logrado conocer la opinión de la gente en relación a estos temas, yo creo que la bancada femenina y todos quienes estuvimos en estos procesos de lucha por las mejoras en las condiciones de género en general, se "fogueó" en esta lucha política, que mostró ser mucho más dura de lo que se pensó. Pero creo que se aprendió mucho. Se aprendió sobre cómo piensan "los otros", y cómo se debe procesar la discusión en el futuro. Y este aprendizaje se unió al ya acumulado durante años y décadas, porque no fue éste el primer proyecto de despenalización del aborto, ni fue ésta la primera iniciativa para mejorar la representación parlamentaria de las mujeres en el parlamento. Como reza un graffitti en el paredón de la vieja Cristalerías del Uruguay: "la única lucha que se pierde es la que se abandona".

En cuanto al diagnóstico, yo tengo la impresión de que la sociedad uruguaya maltrata bastante a sus mujeres, a muchos niveles. Nosotros nos dedicamos a estudiar la visión política, pero hay otras. Hay algunos argumentos tan falaces, que uno se resiste siquiera a discutirlos. Pero en la medida en que son parte de lo que la gente o los políticos creen, hay que tomarlos en cuenta. Un viejo argumento es el de la "capacidad": hay que capacitar a las mujeres en política, porque no tienen preparación y por ello no llegan. ¿Es que la política requiere alguna preparación especial? En un país donde las mujeres están siendo crecientemente más educadas que los hombres, el argumento de que la baja participación en la política se debe a una "inferior" capacidad de las mujeres es simplemente erróneo. Pero no hay que desdeñar este argumento: el mismo estuvo en la base de todas las defensas de una democracia "restricta". No darle el voto a los analfabetos, a los peones rurales, o a las mujeres, encendía la misma disculpa: no estaban capacitados para decidir.

Otro argumento era el de que las mujeres no tienen interés en la política. Este no es un argumento (para empezar, en el Uruguay, más de la mitad de las personas declaran no tener interés en la política). Pero además, en nuestro país, las mujeres tienen el mismo interés en la política que los hombres, más o menos consumen el mismo número de diarios y escuchan el mismo número de informativos, por consiguiente este es un argumento equivocado, y disponemos de los datos para mostrar que eso es así.

Pero además, existe otra visión sobre el maltrato de la sociedad uruguaya hacia sus mujeres, que no es principalmente político, sino social. La sociedad uruguaya se empobreció, y mucho, con la larga crisis de estancamiento que comienza a producirse en los dos últimos años de la década del noventa, y más particularmente con la crisis de 2002. Esta crisis ha afectado más seriamente a las mujeres que a los hombres; pero como todas las crisis, ha afectado en mayor medida a los más pobres.

El escándalo y la verguenza que signifca para los uruguayos confrontarse con los números de la llamada "infantilización" de la pobreza (el número de niños que nacen en hogares que están en el 20% de los hogares más pobres va aumentando) no parece ir de la mano con la conclusión más simple: la "infantilizacón" de la pobreza está reflejando la feminización de la pobreza. Porque al lado de cada niño que nace en los hogares pobres, hay madres. Madres con muchos hijos, y probablemente, con "arreglos" familiares complejos.

Los niños pobres han motivado una suerte de vocación asistencialista de la política uruguaya, pero no se ha tratado con el mismo espíritu a las madres. Y se sigue hablando de política de familias cuando se debería pensar que hay que hacer políticas con las mujeres. Con estas mujeres que, además, crecientemente se van transformando en jefas de hogar, a cargo enteramente de la reproducción de la vida familiar, con todo lo que eso significa.

En la crisis, y sobre todo en el nuevo modelo económico del Uruguay -que empezó con la dictadura-, pero en esto que después de la democracia se dio en llamar "la modernización uruguaya", las mujeres fueron la (el eslabón) de ajuste de todos los procesos.

En primer lugar del proceso de retiro de los servicios sociales del Estado. Cuando el Estado no provee servicios, se vuelve atrás: a la comunidad original, es decir, a la familia. Y decir familiar, siempre quiere decir mujer.
El tema de "la revolución silenciosa uruguaya", como llama Carlos Filgueira al cambio de los arreglos familiares (cada vez hay menos hogares "nucleares" en sentido tradicional, y cada vez más hogares extendidos, monoparentales, de jefatura femenina sin cónyugue, etcétera), en un contexto de retracción del Estado y de falta de políticas sociales y de empleo activas, afecta mayormente a las mujeres. La tasa de desocupación y el empleo precario, por ejemplo, son más altos entre mujeres que entre hombres.
Así, el Uruguay está sustentando la reproducción de su mano de obra por generaciones venideras sobre la base de mujeres que son el eslabón más débil de la cadena, que ganan menos, que tienen un acceso más restringido al mercado de trabajo y van a conseguir empleos más precarios. O sea, que éste es el Uruguay del futuro. Y el Uruguay maltratando a sus mujeres lo que está haciendo es hipotecando su futuro.

¿Cuál es una de las formas de cambiar esta situación? Y acá viene la pregunta de ¿más mujeres en el poder asegura que cambia la condición de la mujer? Yo digo que sí, que la primera lucha es la lucha por el poder, y no la lucha por las políticas transversales de género o las políticas por iniciativa de género. ¿Por qué? ¿Qué sabemos?

Sabemos que cuando hay masa crítica de mujeres en cualquier institución, la probabilidad de que aparezcan políticas que contemplen la condición de la mujer es muy superior a donde no las hay. Y esto lo muestra el desempeño de la bancada femenina en el período anterior.
Dice Niki Johson: ¿por qué las mujeres tienen que estar representadas por mujeres? Y hace una exposición teórica y argumentativa muy compleja sobre ésto. Pero vayamos al argumento más elemental, al argumento aristotélico. Aristóteles decía que "la democracia es el gobierno de los pobres, cuando gobiernan los ricos es la oligarquía". Entonces, si yo soy pobre, prefiero estar representada por los pobres y no por los ricos. Puede que un gobierno de los pobres no me aseguren la representación más adecuada (puede que los pobres, cuando gobiernen, se dediquen a velar por el interés de los ricos). Pero la probabilidad de que los ricos representen bien a los pobres es todavía más inverosímil. Si soy mujer, preferiría ser representada por mujeres.

En ésto soy clara: quiero más mujeres en todos lados: en la policía, en el ejército, en las Universidades, en las empresas públicas, etcétera. Yo creo que las instituciones cambian por su composición estructural y no solo por su "misión" o su cometido abstracto. Las instituciones son también personas interctuando, son comunidades complejas. Cuando me refiero a que quier mujeres en todos lados no me refiero a la base, que es donde están todas las mujeres. Yo quiero más mujeres en los puestos de decisión clave. Para esto la principal lucha es la lucha por el poder, y no la lucha por una agenda. La lucha por la "transversalización" del género en las políticas es útil, claro, y debe ser dada: pero sin una conquista del poder "real" por parte de las mujeres, difícilmente esta agenda podrá ser llevada a cabo. Lo principal es acceder a los cargos donde se toman las decisiones.

La izquierda tuvo claro ésto cuando surgió para desafiar a los partidos tradicionales. Lo importante era la lucha por el poder: lo importante era ganar el gobierno. No importaba sólo cuántos eran (y eran muchos, ya en la elección de 1999), o si eran los más movilizados y militantes, o si eran los que tenían una ideología más precisa. No importaba cuánto la izquierda se había "metastasiado" en la sociedad uruguaya (en las organizaciones sociales, en los sindicatos, en la cultura, o hasta en el "sentir" de los uruguayos): lo importante era conquistar el poder (o al menos el gobierno). Sólo desde allí podría cambiar las cosas en un sentido más profundo.

Sin embargo la izquierda uruguaya tuvo una dificultad para entender la lucha de las mujeres, y ello porque su defensa por la igualdad termina cuando termina su propia concepción del universo de la lucha de clases. Es decir, no hay una visión de la izquierda de la lucha de géneros, o de la estructura de la desigualdad de género que toda sociedad reproduce. Uno sabe que los nenes pobres que tienen un mismo punto de partida con los nenes ricos (por ejemplo, la escuela pública) terminarán muchísimo más rezagados que éstos, por varias razones "estructurales" (familiares, barriales, de acceso a empleo e influencias, de facilidades para continuar estudiando, etcétera). O sea, la izquierda siempre tuvo claro que con igualdad de oportunidades sólo no alcanzaba: porque la estructura de la sociedad siempre es profundamete desigual. Hay que atacar la desigualdad en todas sus fases: al principio, en su desarrollo, y en sus resultados. Y aún así, ésta va a continuar reproduciéndose. La idea de que la desigualdad es un resultado natural de la lucha entre quienes tienen habilidades y méritos diferentes, siempre fue ajena al pensamiento de la izquierda: es la idea liberal que el socialismo siempre combatió. Sin embargo, cuando de mujeres se trata, la izquierda razona como los liberales. Lo mismo que pasa con los nenes ricos y los nenes pobres sucede con las mujeres y los hombres. A las mujeres no se les pone ningún obstáculo se dice, pero hay un techo invisible que les impide "llegar arriba" (a los cargos de mayor poder de decisón). Para las mujeres que trabajan en política, esto es especialmente así. Las mujeres que participan en política, además de trabajar y asumir los roles domésticos (la doble jornada) tienen una "triple" jornada: la que implica asistir a las reuniones política sy militar. Esto quiere decir que las mujeres tienen un costo muy superior al de los hombres para participar en política (y participar, siempre es costoso).

Yo creo que la izquierda uruguaya ha sido muy reacia a admitir que existe una estructura de desigualdad de los géneros y que esa estructura de desigualdad de los géneros sólo se corrige con políticas. El mundo es desigual, en lo único que somos "iguales" es en cosas como votar, que son igualdades artificiales. Para mí la igualdad política tenía esa misión, la de establecer un correctivo a las desigualdades que produce el mercado social, el mercado económico, etc.

Más allá de esa iniciativa en concreto, creo que hay una lucha de comprensión del mundo que las mujeres deben dar tanto con la izquierda como con los liberales. Con la izquierda, para hacerles comprender que la desigualdad de los géneros existe, y que sólo con acción pólítica se corrige. Y con los liberales también, porque buena parte de ellos hace de la cuestión de la "libertad" (las libertades personales, las libertades individuales, y el ámbito de los derechos) un escenario de lucha y debate. Temas como el del aborto o la despenalzación de las drogas son temas importantes a profundizar en este sentido.

Quiero finalizar con aquélla frase de Martín Fierro: "los hermanos sean unidos en cualquier tiempo que fueran, porque si entre ellos pelean los devoran los de afuera". Las mujeres también deberíamos entender que la defensa de nuestros intereses estratégicos muchas veces implica que abandonemos ciertos prejuicios ideológicos. Este proceso lo han hecho las mujeres políticas y nos han dado una enorme lección en ese sentido, en un país donde todo es partidario y donde todo es ideológico. Este es un país muy dividido políticamente e ideológicamente y si bien esto no es malo, no redunda tan positivamente para la lucha de las mujeres. Porque la lucha de las mujeres implica capacidad de acción colectiva y ésta sólo se construye si los intereses estratégicos que están en juego en la lucha de las mujeres se sobrepone (en relación a estos intereses específicos) a nuestras tradiciones ideológicas y a nuestras tradiciones políticas.